Os pongo una carta de un profesor de ADE a sus alumnos:
Lectura nº 1
Acerca de la correcta expresión escrita
Como se
sabe, el texto escrito es uno de los medios con los que nos comunicamos
personal o profesionalmente con los demás, transmitiendo informaciones,
opiniones, sentimientos o necesidades a personas que no tenemos delante.
Ahora bien, para cumplir su finalidad de comunicación -la transmisión
de aquello que queremos comunicar y no otra cosa-, no basta con que el
texto recoja tal contenido, sino que, además ha de estar bien escrito,
pues sólo así se puede estar seguro de que su destinatario va a hacerse
una idea clara de lo que se le quiere decir con él. Y es en este punto
precisamente -la buena escritura de un texto-, donde, a la vista de lo
que viene ocurriendo últimamente convocatoria tras convocatoria, radican
las deficiencias más ostensibles de la gran mayoría de los matriculados
en las asignaturas de las que soy responsable.
Claro está que la
réplica inmediata a esta observación mía es sobradamente conocida:
«pues para evitar tal desaguisado, lo único que tiene que hacer es
proponer otro tipo de exámenes que no precisen que los alumnos tengan
que expresarse extensamente por escrito, ya que, a fin de cuentas, Vd.
de lo que es profesor y de lo que examina es de Hacienda Pública, no de
Gramática, Lengua o cosa que se le parezca». Tal es, en resumen, lo que
no pocos alumnos (y por increíble que parezca, también algún que otro
colega) no han tenido el menor reparo en decirme en numerosas ocasiones,
así como también eso otro de que: «total, ¡qué más da cómo está
escrito!, lo que de verdad importa es lo que se quiere decir».
Pues
bien, aun a sabiendas de que no son estos tiempos de posiciones
pedagógicas firmes, dadas la dimensión que ha alcanzando este problema y
la frecuencia con que vengo oyendo las mentadas respuestas, voy a hacer
algunas consideraciones sobre este particular a fin de que, conociendo
mi posición al respecto, puedan hacerse una idea de las exigencias que
comporta la superación de esta asignatura.
Desde luego, sé
perfectamente que por mucho que en sentido contrario se proclame, la
mayoría de las personas no creen que saber leer y escribir bien sea algo
importante. Lo que sin embargo no deja de sorprenderme, y mucho además,
es que alumnos de segundo o tercero de carrera no hayan reparado lo más
mínimo en que la lengua no sólo es un instrumento de comunicación, lo
que no es poco en un mundo tan interconectado como el actual, sino que
además también es un medio de creación del pensamiento, pues, aunque
cueste creerlo oyendo expresarse a muchos, pensamos con el idioma, o por
lo menos éste interviene de forma decisiva en la conformación de
nuestro pensamiento. Esto tiene dos implicaciones acerca de las que aquí
quiero llamar la atención: de un lado, que la potencialidad de nuestro
pensamiento, entre otros factores, viene determinada por la riqueza del
idioma con el que pensamos; y de otro, que quien no sea capaz de aplicar
correctamente la lógica del lenguaje, que es la más sencilla de todas
las estructuras mentales posibles, difícilmente va a estar en
disposición de comprender y aplicar cualquier otra, como pueda ser la
lógica de las Matemáticas, la de la Economía, etc. Así que, y es lo
primero que quiero dejar claro, cuando insisto en la necesidad y
obligación que tienen de redactar correctamente, en lugar de estar
ocupándome de un problema de formas como tópicamente se me suele
reprochar, lo que estoy haciendo es abordar un problema básico y
fundamental del esfuerzo intelectual de mis alumnos, cual es el de su
capacidad para producir ideas y trasmitírselas a sus semejantes.
Pero
si chocante es el desconocimiento que tienen Vds. de esta importante
función del lenguaje, mucho más sorprendente me parece aún que,
cifrándose el éxito social como hoy en día se hace por el dinero y la
fama (asunto en el que ni entro ni salgo), personas que con grandes
sacrificios y no pocos esfuerzos aplican parte de sus recursos en
conseguir un título que les habilite para el ejercicio profesional,
consideren inútil para su proyección laboral, o cuando menos escasamente
útil, tener la capacidad de expresarse correctamente por escrito,
porque la contradicción en la que es- tán incurriendo no puede ser más
flagrante. En efecto, da la impresión de que estas personas no han
reparado en que cursar una carrera no les va a reportar fama en
absoluto, ni en que las posibilidades de hacer fortuna con el título, de
existir, sólo les van a venir dadas por sus logros y aciertos en el
ejercicio de la profesión estudiada; y a este respecto la realidad
presente no puede ser más contundentemente desalentadora, pues, como
advertía hace tiempo un rotativo nacional (El País 19.10.08), cada día
es más frecuente que los recién titulados, por lo general con numerosas y
graves deficiencias expresivas, encuentren cada vez mayores
dificultades para acceder a los puestos de trabajo relativamente más
abundantes para ellos, pues en los mismos (casi todos en el sector
servicios) la capacidad de comunicación y de persuasión es requisito
indispensable. Y ya me contarán Vds. cómo es posible desarrollar dotes
de comunicación y persuasión con una casi total falta de expresión por
medio del lenguaje.
Pero es que si sólo encuentro el adjetivo
«irresponsable» para calificar la conducta de los estudiantes respecto a
su capacidad de expresarse por escrito, no encuentro calificativo
alguno con el que adjetivar apropiadamente la de buena parte de los do-
centes respecto a tal cuestión. Y es que, en mi opinión al menos,
permanecer como si con uno no fuera la cosa ante el progresivo aumento
de las limitaciones expresivas de los estudiantes de cuya formación,
aunque sólo sea parcialmente, se es responsable, es una actitud que
automáticamente nos convierte en cómplices del hecho de que buena parte
de ellos no vayan a poder ascender nunca en la escala social, o cuando
menos, de que no cuenten con los apoyos que para ello deberían contar;
pues el profesor que, consciente o inconscientemente, apuesta por la
inhibición en este asunto está consolidando una grave injusticia, ya que
siempre habrá otros es- tudiantes, en otras universidades o en la
misma, a los que la responsabilidad de sus docentes o las posibilidades
económicas con las que se desenvuelven les permitan acceder a mejores
instrumentos de pensamiento y expresión, lo que siempre redundará en sus
mayores posibilidades de éxito profesional y laboral. Es por ello que, a
pesar de lo extendido -incluso entre los docentes- de la idea de que la
instrucción en materia de lenguaje (sintaxis, ortografía, etc.) y, en
su caso, la sanción de los errores cometidos en ella son incumbencia
exclusiva de los titulares oficiales de la enseñanza de Lengua Española,
yo creo firmemente en todo lo contrario: que todo profesor, de la
materia que sea, que enseña en una lengua es también, le guste o no,
profesor de la misma, por lo que tiene la obligación ineludible de
subsanar los errores y carencias de expresión oral o escrita que sea
capaz de detectar y corregir en sus alumnos, al igual que tiene la
ineludible obligación de corregir los errores que sus alumnos cometan en
otras materias en las que sepa que están cometiéndolos, co- mo, por
ejemplo, equivocaciones en operaciones básicas de cálculo matemático,
ubicaciones geográficas erradas, etc.
Hechas las observaciones
anteriores, tengo también que decir que esto mismo vengo repitiéndolo
todos los principios de curso desde octubre de 2006 sin que aquellos a
quienes va dirigido hayan hecho, en general, el menor caso. Al menos
hasta que se hacen públicos los resultados de los exámenes de
enero/febrero y el subsiguiente proceso de revisión y comentario de lo
hecho en ellos (mejor lo no hecho). A partir de entonces sin embargo, el
asunto de la correcta expresión escrita pasa a ser cen- tro de atención
y motivo principal de discusión en el foro general de la asignatura así
como de cuantas consultas y reclamaciones hacen al responsable de la
misma en la Sede Central. Así que, como «aviso a navegantes» que dice la
expresión popular, quiero dejar bien claro desde el primer momento otra
vez que, además de un conocimiento razonable de los contenidos de su
programa lectivo, la superación de esta asignatura pasa porque en los
exámenes que realicen pongan de manifiesto que son capaces de escribir
con un mínimo de coherencia y rigor acerca de lo que han estudiado y se
les pregunta.
¿Y qué es exactamente lo que ha de entenderse por
poner sus respuestas por escrito con coherencia y rigor en este
contexto? Pues no desde luego lo que hasta la fecha me han hecho ver la
mayor parte de los alumnos que entienden por tal, ya que correctamente
escrito no quiere decir en absoluto que hayan de tener un estilo
literario depurado, elegante, preciosista o ameno (¡Ojala así fuera!, o
por lo menos, cualquiera de estos atributos ya los quisiera yo para mí).
No, lo que se quiere decir con un examen rigurosamente escrito es que
los textos con que se contesten a los distintos tipos de preguntas
planteadas (breves, de respuesta no extensa o de desarrollo) sean
claros, estén correctamente redactados y resulten legibles. Ser claro en
la redacción supone ser específico, mantenerse en lo auténticamente
relevante, tanto en el discurso principal como en la exposición de los
aspectos conexos, así como seguir una secuencia lógica en la progresiva
exposición de las ideas con las que se está respondiendo. Por su parte,
la correcta redacción supone la concordancia y el respeto para con las
normas sintácticas y ortográficas al uso, algunas de cuyas
transgresiones más habituales como son las discordancias de género y
número, las defectuosas conjugaciones verbales o las faltas de
ortografía y acentuación, se subsanan fácilmente si se tienen unas
nociones básicas de gramática con una atenta lectura de lo hecho antes
de entregar el examen. Finalmente, con la legibilidad me estoy
refiriendo a que el texto con el que se responde sea sistemático, su
contenido tenga lógica interna y, además, esté escrito con una grafía
que permita su lectura sin tener que dejarse los ojos en él.
Y
hasta aquí lo que con total seguridad a más de uno le parecerá una
perorata que no viene a cuento a estas alturas, pero que a la vista de
cómo redactan los exámenes y, sobre todo, los resultados globales que
están teniendo lugar en las últimas convocatorias, me veo obligado a
dejar bien claro desde el principio de curso. Así que, tengan bien
presente que esta asignatura forma parte de un plan de enseñanza
superior, por lo que lo mínimo que cabe exigir a los matriculados en
ella es que, al margen de la mayor o menor cantidad de conocimientos que
sobre esta materia lleguen a adquirir, sean capaces de exponer
correctamente por escrito, con un mínimo de rigor y coherencia, aquello
que a lo largo del curso han aprendido por haberlo estudiado.
Septiembre de 2013 León J. Sanchíz